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Expedición, El Camino del Inca: Segunda Parte


 

 

 

 

 

 

 

 

Expedición, El Camino del Inca

Segunda Parte

Autor: Juan Adrada

Nuestra llegada a Lima marcó el inicio de la segunda parte de nuestro viaje. Una ciudad inmensa que sorprende por sus contrastes. Paseamos por el centro histórico y visitamos su Catedral de estilo colonial, en la que destaca la tumba de Francisco Pizarro, personaje no demasiado querido en estas tierras por obvias razones. Los tranquilos recorridos por las salas de los museos Nacional y de Antropología fueron un relajante descanso después de tantos días de intenso viaje. También pudimos admirar las ruinas de Pachacamac, centro ceremonial y oracular dedicado al dios de mismo nombre, que atrajo durante siglos la peregrinación de los pueblos más diversos. Sus destacados monumentos ahora son sólo amontonamientos informes de adobes en medio del desierto, carentes casi de interés para el turista que busca emociones fáciles, pero un verdadero tesoro para los arqueólogos que intentan desentrañar sus secretos.

Una de las etapas más interesantes de nuestra aventura, por romántica y enigmática, fue la que desarrollamos en la costa sur del Perú. Ya de por sí la costa peruana sobrecoge por la inmensidad del desierto, uno de los más secos del planeta, que alcanza su máxima expresión en Ocucaje, zona que atravesamos con temperaturas de más de cuarenta grados centígrados. Oasis como el de Huaccachina, cerca de la ciudad de Ica, una refrescante laguna entre dunas de decenas de metros de altura que recuerdan el paisaje del Sahara, nos brindaron sosiego y reposo en los momentos en los que el esfuerzo físico empezaba ya a pasar factura.

En Ica tuvimos uno de los encuentros más divertidos y de los que mejor recuerdo conservo, tal vez porque mi juventud se desarrolló en medio de toda esa búsqueda de enigmas inexplicables. Los años setenta popularizaron la fantástica hipótesis de que naves extraterrestres habían llegado a la tierra en la antigüedad y eran responsables de las más destacadas realizaciones de las grandes culturas. Una de las “pruebas” indiscutibles de este hecho era la extraordinaria colección de piedras del doctor Javier Cabrera Darquea, cuyo controvertido hallazgo tuvo una enorme difusión en aquellos años. Las llamadas “Piedras de Ica” son más de ocho mil piezas de los más variados tamaños, grabadas con detalladas descripciones en las que pueden verse transplantes de corazón y de cerebro, viajes espaciales, transfusiones de sangre y modernas tecnologías que sólo podrían haber sido obra de avanzadas civilizaciones venidas del espacio. La entrevista que mantuvimos con la señora Eugenia Cabrera, hija del doctor recientemente fallecido y actual propietaria de la colección, en su casa de Ica, fue la palpable demostración de que la gente está dispuesta a creer cualquier cosa por extraordinaria que parezca.

Nuestra “búsqueda de extraterrestres” nos llevó a todo lo largo de la costa, donde pudimos maravillarnos con las colosales realizaciones de hombres que fueron inspirados no por seres venidos del espacio, sino por un sentido mágico de la vida y una convivencia mística con las leyes que rigen los ciclos de la naturaleza. El gigantesco candelabro grabado en el litoral de la península de Paracas nos saludaba enigmático mientras navegábamos hacia una de las reservas naturales más importantes de Sudamérica, las Islas Ballestas, donde cientos de miles de pingüinos, leones marinos, crustáceos, guananeras, gaviotas, pelícanos y toda clase de aves marinas se agolpan unos contra otros en sus acantilados, mientras los delfines acompañan a las embarcaciones que se acercan hasta aquí. Uno de los espectáculos más sorprendentes que he podido presenciar nunca. Los cráneos alargados con técnicas deformatorias de los pueblos Paracas que nos miraban desde el otro lado de las vitrinas de los museos y las trepanaciones e intervenciones cerebrales realizadas con éxito con las herramientas más elementales por estos pueblos preincaicos, no eran fruto de la fantasía sino la evidencia de los muchos interrogantes que plantean estas culturas y que aún están por resolver. Y una de nuestras experiencias más emocionantes: sobrevolar las enigmáticas líneas de la Pampa de Nazca, donde sólo desde el cielo pueden admirarse los famosos geoglifos con arañas, monos, pájaros o figuras humanas de gigantescas proporciones y misterioso significado.

Nuestro recorrido volvió a encaminarse hacia el este, hacia las montañas andinas. Las altitudes de más de tres mil metros y el riesgo de soroche o mal de altura volvían a hacer acto de presencia. Así llegamos a Cuzco y nos sumergimos de pleno en el Tawantinsuyu, el mundo de los incas inspiradores de nuestro viaje. Desde Cuzco, ombligo del mundo incaico y centro del universo, partió antaño en las cuatro direcciones del espacio el Capac Ñan, o Camino del Inca, hacia cada uno de los cuatro suyos: el Chinchaysuyo, que abarcaba Ecuador y el norte de Perú; el Antisuyo, que se extendía al este hasta la cordillera y la selva; el Contisuyo, que descendía hacia el oeste hasta la costa; y el Collasuyo, que abarcaba el sur del Perú, el norte de Chile y una pequeña franja de Argentina.

Estos caminos eran recorridos a pie por los chasquis, mensajeros de entre dieciocho y veinticinco años que corrían descalzos los más de diez mil kilómetros de carreteras empedradas que mantenían cohesionado un imperio de proporciones aún mayores que las del Imperio Romano. Nosotros queríamos emular sus hazañas y recorrer, aunque fuera sólo parcialmente, esos viejos senderos que nos llevarían a lugares inimaginables donde el transporte de moles de hasta doscientas toneladas de peso parece obra de gigantes y no de hombres, el pulimentado y el encastre perfecto de las piedras son elocuentes narradores de los logros de una civilización extraordinaria, y el paisaje se hace cómplice de tanta grandiosidad y llena el espíritu de emoción y de nostalgia.

El Camino del Inca nos llevó hasta Sacsahuamán, el centro ceremonial que sirvió de fortaleza a los incas rebeldes en su intento por derrotar al ejército español; Qenco, donde las entrañas de la tierra esconden un altar dedicado a la Madre de todas las cosas que existen; Puka Pukara, fortaleza que servía de frontera y control de acceso a la capital; Tambo Machay, el santuario dedicado al agua y a los poderes femeninos que nutren la tierra; el Valle Sagrado, que recorrimos a todo lo largo del río Urubamba; Pisac, ciudad y centro ceremonial sobre las montañas, rodeada de las típicas terrazas agrícolas de los incas; Ollantaytambo, que sirvió de avanzadilla y centro de abastecimiento para los que se aventuraban hacia la Amazonia; Maras, las minas de sal mineral tan preciada en la antigüedad y también ahora; Moray, donde los ingenieros incas experimentaron sobre las diferentes técnicas de cultivo; Aguas Calientes, centro termal y balneario desde la más remota antigüedad; y finalmente Machu Picchu, la última ciudad de los incas, perdida para el mundo occidental hasta que fuera nuevamente descubierta por Hiram Bingham en 1911. Cualquier cosa que pueda decirse sobre este lugar es sólo un parcial intento de transmitir la tormenta de sensaciones que te invade al recorrerlo. Uno de los paisajes más evocadores de la tierra. Nuestra aventura por tierras de los incas concluyó coronando la cima del Waynapicchu, la montaña sagrada que se ve en las fotografías más famosas del lugar, y que nosotros alcanzamos por el empinado camino incaico que lleva hasta la cumbre, donde para nuestra sorpresa pudimos admirar también una soberbia construcción inca.

Las últimas etapas de nuestro viaje nos llevarían hasta Bolivia y después a Chile. En algunos casos un reencuentro con lugares que para Marcos eran una novedad, pero que mi esposa Elvira y yo mismo habíamos recorrido ya, cuando en 1995 protagonizamos una de nuestras primeras expediciones al desierto de Atacama, siguiendo el mismo camino incaico que ahora nos movía a la aventura. Cruzamos la frontera boliviana por Desaguadero, en la desembocadura del único río que vierte sus aguas al Lago Titicaca, un verdadero laberinto de trámites con el que nos tuvimos que enfrentar en más de una oportunidad. Era día de mercado, así que tuvimos la oportunidad de disfrutar del ajetreo colorista de los indios aymara. Navegamos por el lago Titicaca, exploramos las construcciones incaicas de la Isla del Sol, repusimos fuerzas en Copacabana y nos enfrentamos a uno de los destinos más esperados, las misteriosas construcciones de Tiahuanaco. Con emoción creciente exploramos rincones tantas veces estudiados en los libros: la pirámide de Akapana, el Kalasasaya y la famosa Puerta del Sol, el monolito Bennett y las ciclópeas construcciones de Puma Punku. La costa peruana del Titicaca tampoco se quedó atrás. Desde Puno visitamos algunos de los lugares más emblemáticos como la llamada Puerta del Diablo, excavada directamente en la roca, el templo de Uyo, o la tulpas de Sillustani, construcciones funerarias en forma de túmulos cilíndricos junto al lago Umayo.

La aventura finalizó y son muchas las personas que han salido a nuestro encuentro y a las que debemos eterna gratitud por su generosa acogida y su ayuda inestimable. Aunque tienen un rincón en nuestro corazón y una mención especialmente detallada en nuestra web, desde aquí queremos dedicarles el fruto de nuestros esfuerzos. Sin ellos toda esta maravillosa experiencia hubiera estado vacía de contenido, porque al final lo que más cuenta siempre son los seres humanos. Nuestra misión ahora es difundir por todos los medios posibles el legado de sus antepasados, que son también los nuestros, del que nos sentimos partícipes en la medida en que hemos recogido una tradición milenaria para inspirarnos en ella e intentar construir sobre esta experiencia un futuro mejor para todos.

Hasta nuestra próxima aventura.